"¿Qué hacés por acá, si a vos no te gusta la música de Gandini?, me preguntó mi amigo, el investigador en música, Dr. Pablo Fessel, en el último concierto de Gerardo Gandini. Me quedé pensando.
Componer implica encontrar o establecer una identidad. Se trata de una necesidad que es una construcción histórica, como bien sabemos, acrecentada desde el ascenso de las ideas de "autor" y "originalidad" en el romanticismo. Lo cierto es que, en ese trance, uno establece lazos de consanguinidad, acercamientos y rechazos.
Hay aquí un matiz entre lo que llamaría el vínculo con la historia universal de la música y la argentina. Creo que los que tenemos de mi edad (40) para abajo, nos encontramos en un estadio diferente al respecto de otras generaciones de compositores argentinos.
Hace 10 años, Omar Corrado me decía en una entrevista que le hice a propósito de un intento de discutir un posible canon musical argentino (siguiendo la por entonces muy en boga idea de Harold Bloom): "a diferencia de lo que pasa en otras artes, es una especie de constante en la historia argentina musical que no haya continuidad en el diálogo entre generaciones".
Corrado sostuvo aquella vez que si a los compositores encuestados por mí "se les hubiera consultado sobre los compositores influyentes en general, no hubieran salido los argentinos. Hay una especie de ausencia de tradición. Los compositores no se refieren a las generaciones anteriores".
He aquí la gran diferencia. Creo que nosotros tenemos tres compositores que han signado sólidamente la escena musical argentina de, pongamos, la actual era democrática. Se trata de Gerardo Gandini, Mariano Etkin y Francisco Kröpfl. Son los padres, y ya para otros "los abuelos" (como le dijo el clarinetista Federico Landaburu a Florencia Sgandurra en una entrevista todavía inédita).
Siguiendo a Corrado: "lo que forma las tradiciones es un proceso acumulativo", algo que "no implica obediencia, puede ser a partir de los debates, diálogos, de apropiación y de filtro de sus antecesores".
Esto, me parece ocurre ahora. Y me atrevo a ver que también hay un cuarto "padre-abuelo" con el que se pudo establecer un encuentro tardío pero simbólicamente importantísimo: Mauricio Kagel.
De ellos hemos aprendido, los hemos valorado. Y nos hemos peleado, aunque más en privado que en público. Ahora se trata de ver cómo seguir. Pero se sigue de otro lugar, más interesante, el de una tradición en conformación.
¿Y Gandini? ¡Gandini, es un gran gran músico!. El ser un gran pianista le valió el respeto del ambiente de los instrumentistas, no siempre receptivo a los compositores locales. Recuerdo cómo se cargó en los hombros la performance de un concierto de Gershwin en La Plata, con la Estable del Argentino, a fuerza de puro empuje y swing, desde el piano.
Me gusta mucho cuando toca sus postangos. con el resto de su música, me suelo ubicar en un plano de escucha "profesional": me siento desafiado en mis conocimientos de la historia de la música, en su juego con la red de alturas y duraciones. Como dije en otro post, al principio pensé que esto no era algo bueno, por una idea un tanto romántica de que la escucha ideal sería "dejarse" llevar. En cambio ahora, me siento que estoy en un lugar privilegiado.
Componer implica encontrar o establecer una identidad. Se trata de una necesidad que es una construcción histórica, como bien sabemos, acrecentada desde el ascenso de las ideas de "autor" y "originalidad" en el romanticismo. Lo cierto es que, en ese trance, uno establece lazos de consanguinidad, acercamientos y rechazos.
Hay aquí un matiz entre lo que llamaría el vínculo con la historia universal de la música y la argentina. Creo que los que tenemos de mi edad (40) para abajo, nos encontramos en un estadio diferente al respecto de otras generaciones de compositores argentinos.
Hace 10 años, Omar Corrado me decía en una entrevista que le hice a propósito de un intento de discutir un posible canon musical argentino (siguiendo la por entonces muy en boga idea de Harold Bloom): "a diferencia de lo que pasa en otras artes, es una especie de constante en la historia argentina musical que no haya continuidad en el diálogo entre generaciones".
Corrado sostuvo aquella vez que si a los compositores encuestados por mí "se les hubiera consultado sobre los compositores influyentes en general, no hubieran salido los argentinos. Hay una especie de ausencia de tradición. Los compositores no se refieren a las generaciones anteriores".
He aquí la gran diferencia. Creo que nosotros tenemos tres compositores que han signado sólidamente la escena musical argentina de, pongamos, la actual era democrática. Se trata de Gerardo Gandini, Mariano Etkin y Francisco Kröpfl. Son los padres, y ya para otros "los abuelos" (como le dijo el clarinetista Federico Landaburu a Florencia Sgandurra en una entrevista todavía inédita).
Siguiendo a Corrado: "lo que forma las tradiciones es un proceso acumulativo", algo que "no implica obediencia, puede ser a partir de los debates, diálogos, de apropiación y de filtro de sus antecesores".
Esto, me parece ocurre ahora. Y me atrevo a ver que también hay un cuarto "padre-abuelo" con el que se pudo establecer un encuentro tardío pero simbólicamente importantísimo: Mauricio Kagel.
De ellos hemos aprendido, los hemos valorado. Y nos hemos peleado, aunque más en privado que en público. Ahora se trata de ver cómo seguir. Pero se sigue de otro lugar, más interesante, el de una tradición en conformación.
¿Y Gandini? ¡Gandini, es un gran gran músico!. El ser un gran pianista le valió el respeto del ambiente de los instrumentistas, no siempre receptivo a los compositores locales. Recuerdo cómo se cargó en los hombros la performance de un concierto de Gershwin en La Plata, con la Estable del Argentino, a fuerza de puro empuje y swing, desde el piano.
Me gusta mucho cuando toca sus postangos. con el resto de su música, me suelo ubicar en un plano de escucha "profesional": me siento desafiado en mis conocimientos de la historia de la música, en su juego con la red de alturas y duraciones. Como dije en otro post, al principio pensé que esto no era algo bueno, por una idea un tanto romántica de que la escucha ideal sería "dejarse" llevar. En cambio ahora, me siento que estoy en un lugar privilegiado.
Me encantó leer este texto. Ahuyentando cualquier repentino y sorpresivo rasgo de judaísmo me apresuro a decir que no es que los otros no sino que éste particularmente me resultó cercano, profundo, cariñoso y descarnado a la vez. En tren de agregar elogios, también me gustó tu comentario (in absentia) sobre El matadero y sus críticas, tema sobre el que, de todas maneras, me abstendré de opinar (en público). Un abrazo
ResponderEliminarDiego Fischerman