En la reciente presentación del libro "Música y Ficción" y el estreno local de la Sonata Nº 8 de Gandini, participó el escritor Ricardo Piglia.
Piglia, entre otros aspectos, rescató como un valor particular (no frecuente según él en la literatura), el afán de Gandini por acompañar a su producción musical con la creación del espacio más amplio posible para su circulación, junto con las músicas afines de aquí y el mundo.
Ya pasaron varios días y la memoria no es mi especialidad, así que cito al voleo. Piglia reivindicó como una particularidad de la práctica vanguardista, el de oponerse al "mercado" o la industria comercial. La vanguardia, como acción de resistencia, digamos.
Gandini, fiel a su estilo, le restó un poco de épica al asunto y dijo que su tarea como promotor y difusor de la música contemporánea tuvo más bien un fin didáctico, para ayudar a comprender mejor el campo en general y, luego, su música en particular.
En cualquier caso, más allá de los matices, me hizo acordar de una frase que le escuché a otro compositor nacional, Oscar Edelstein, alrededor de 1992, que fue cuando lo conocí. También cito de memoria pero él decía que no solo se trataba de componer sino de crearse "sus propios infiernos".
Este ejercicio cotidiano en la argentina, se me ocurre que es un "plus" para los compositores que se van afuera: cuando llegan a países con infraestructura y contención, lo valoran y le sacan el jugo mucho más que los locales.
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