No confundir la "audición de superficie" con la "audición superficial" de la música.
Me refiero a la primera escucha de una obra, sin mediaciones a mano, como la de la partitura.
En toda primera audición hay un trabajo del oyente por aprehender la información sonora que le llega. Y en música, esa "superficie" tiene grados de complejidad muy diversos. Por poner el ejemplo más inmediato, una música puede proponer la coexistencia de dos o más líneas melódicas, esto es, la polifonía. A más lineas, más esfuerzo por captar la singularidad de cada una y, a la vez, milagro de la música, la posibilidad de una inteligibilidad producto de su contrapunto.
¿A dónde voy? a sumar ideas en algunos intercambios interesantes que se vienen dando en los blogs "vecinos" sobre la recepción de la música contemporánea.
Sin entrar entonces a cómo la escucha se modifica por la partitura y el análisis (hay un atinado comentario de Miguel Robles en el post de hoy de
Fischerman), creo que es posible diferenciar lo que pasa en la primera audición de la música de un Osvaldo Golijov de, pongamos para seguir con argentinos, Martín Matalón.
Para mi es evidente que la música de Osvaldo Golijov tiene una "cualidad de superficie" simple, que permite una decodificación inmediata. Esto ocurre porque Golijov suele poner en escena diversas músicas populares sin filtro. Una rumba es una rumba, un fado es un fado, hay melodías con acompañamiento, planos clarísimos, figuras y fondos marcadas. En síntesis, información de fácil captación.
Esto no es malo ni bueno en si. Es claro que, en tanto y en cuanto la idea de opacidad, resistencia o complejidad sean apreciadas por el oyente, esta cualidad llana de la superficie golijoviana le resultará chocante. Creo, eso si, que la música de Golijov es tramposa en este sentido. Hay más lecturas posibles que la que ofrece la audición de superficie. Pero eso requiere escarbar más. Por caso, un aspecto complejo como lo es el de la operación de componer con los "géneros musicales" que hace en obras como
La Pasión. No se trata de una operación menor y a mi me genera un interés incómodo lo que allí ocurre. Creo que algo así le pasa a Federico Monjeau, y por el contrario es lo que lo lleva a la admiración sin reservas a Paul Griffiths, el crítico del New York Times.
En ese punto, me permito comparar este efecto de la música de Golijov con un músico de culto en nuestro país, Erik Satie. La superficie de la música de Satie es casi banal: no por casualidad muchas de sus músicas han sido bandas sonoras de telenovelas. Sin embargo, en sus obras han sido justamente elogiadas preocupaciones no evidentes en la "audición de superficie", como las de la duración, las proporciones, etc. Ahora bien -lo confieso- a mi me molesta tanto la superficie de la música de Satie, que no puedo pasar a esa segunda etapa (salvo en "Entreacte", obra que cuando se la toca junto con el filme de Rene Clair me sigue gustando mucho).
La sigo luego.